Con la crisis económica y social como incendio de fondo, los inexorables vencimientos del cronograma electoral apuraron definiciones esta semana. Son, ciertamente, determinaciones que a los ciudadanos sin privilegios procesales ni materiales los tienen sin cuidado, pero que a quienes disputan el poder los inquietan mucho más que el crecimiento de la pobreza, de la inflación, de la valuación del dólar y de las boletas de los servicios públicos, entre otros comunes casos de toda suerte humana.
El Frente Vamos Tucumán finalmente oficializó que el productor José Manuel Paz será el compañero de fórmula de la senadora Silvia Elías de Pérez. Con ello, se completó el escenario de los binomios de las que, según las encuestas, son las cuatro principales fuerzas políticas del momento. El Frente Justicialista por Tucumán (Juan Manzur-Osvaldo Jaldo), Hacemos Tucumán (José Alperovich-Beatriz Mirkin), FR (Ricardo Bussi-Eduardo Verón Guerra) y Vamos Tucumán.
Ahora que está completa, la oferta de lo que federalmente se llama Cambiemos muestra que el macrismo, para Tucumán, no está propiciando una renovación de los candidatos sino que está ensayando un viraje estructural. La apuesta por una fórmula compuesta por la UCR y el PRO contenta al núcleo duro del electorado “amarillo”. Es un binomio de ratificación de la identidad del espacio y de sus principales figuras. Dicho en términos de marketing, una jugada por la fidelización del electorado propio.
A la vez, en la consolidación de la fórmula, algunos de los referentes más experimentados de este espacio pluripartidario también leen la adopción de una táctica electoral específica: antes que por una victoria con el 51% de los votos, la apuesta es por un triunfo con el 34% de los sufragios. Léase, la convicción (informada por encuestas propias) de que el escenario no será de polaridad entre dos fuerzas, sino de multipolaridad, marcada especialmente por la división del peronismo. Por ende, la victoria será para la minoría que aventaje a las otras logrando poco más de un tercio del electorado. Esa misma estrategia desplegó el macrismo, en el orden nacional, hace dos años: con sus adversarios escindidos como un mosaico, Cambiemos celebró con el 36% de los sufragios. Con ese mismo 36%, Eduardo Angeloz fue derrotado por Carlos Menem en 1989, porque no había dispersión sino bipolaridad.
El escenario que idea Vamos Tucumán es el que se dio aquí mismo en 1987, cuando el peronismo también se presentó dividido. Lo dijo a LA GACETA el interventor de la UCR, José “Lucho” Argañaraz, el día que se conoció su designación. Hay, de paso, algunas similitudes que entusiasman a estos opositores.
Hace 32 años, Rubén Chebaia (actual legislador) obtuvo -para mayor ensoñación opositora- el 33,6% de los sufragios. Segundo quedó José Domato, con el 25%. Tercero, Osvaldo “Renzo” Cirnigliaro, con el 20%. Cuarto fue Antonio Domingo Bussi, con el 19%. Hoy, Chebaia habría asumido como gobernador, porque la elección se da por voto directo. Pero entonces había Colegio Electoral y allí el peronismo llegó a un entendimiento. Chebaia, por su parte, jamás estuvo dispuesto a acordar con Bussi: su padre, José Guetas Chebaia, es una de las víctimas del golpe de Estado de 1976. Lo secundó en esa convicción Alfredo Terraf.
Hoy, Alperovich ha salido a enfrentar la reelección de Manzur y de Jaldo. Y, en las encuestas, FR mide 12%, según la encuesta de Opinión Argentina, publicada hace un mes por LA GACETA.
En el 87, al igual que ahora, el peronismo nacional se encontraba desordenado y en crisis tras perder las elecciones presidenciales de 1983. En esa división se enfrentaban los “históricos” con los “renovadores”. Saldarían sus diferencias en las internas de 1988: Antonio Cafiero, gobernador de Buenos Aires, sería derrotado por Carlos Menem, gobernador de La Rioja. En Tucumán, Osvaldo Cirnigliaro apoyó al segundo. En 1991, la intervención federal a Tucumán también será una revancha del riojano contra Domato.
Chebaia exhibía cuatro años de experiencia ejecutiva como intendente de la Capital y, además, se impuso en las urnas a pesar de la crisis económica y de la inflación. El plan Austral ya daba evidentes signos de fatiga y, de hecho, fenecería en 1988.
En contraposición, también hay diferencias inocultables entre aquel contexto y el actual.
El radicalismo tucumano de los tiempos del alfonsinismo ganó la intendencia de San Miguel de Tucumán y, entre el final de la década del 80 y el arranque de la siguiente, sentó intendentes en Banda del Río Salí, Concepción, Alderetes, Simoca, y Tafí del Valle. Monteros era un baluarte del Partido Socialista y Yerba Buena llegó a tener un jefe municipal con prosapia en Vanguardia Federal. Las Talitas todavía no era municipalidad, de modo que de las 18 intendencias, ocho estaban en manos de radicales o de socialdemócratas.
El régimen electoral era otro. Los “sublemas” aparecen en la Carta Magna de 1990. Fueron reemplazados por los “acoples”, en la de 2006. Hoy, están reconocidos por la Junta Electoral Provincial 95 partidos...
La escisión peronista nacional entre kirchneristas y no kirchneristas (Roberto Lavagna, Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa…) no se replica en Tucumán. Alperovich, quien renegó de los “K”, ahora los abraza. Manzur, también. Es más, parado sobre los zancos de la “unidad”, el gobernador tiene un pie sobre el kirchnerismo y otro sobre Alternativa Federal.
En cuanto a FR, hoy debe ser anotada como una variable de alta volatilidad. Y no sólo por su espasmódica performance electoral (pasó del 3% de los votos en 2015 a quedar a apenas 4.000 sufragios de sentar un diputado nacional dos años después). Ha quedado demostrado, también, que es un instrumento que les resta votos a los “correligionarios” (un chiste recurrente entre los bussistas es que FR significa, en realidad, “Fueron Radicales”); pero también al peronismo. Entre las PASO de agosto y las generales de octubre, el manzurismo perdió 60.000 votos… y FR ganó 50.000. Luego, el arranque en dos dígitos del bussismo este año, ¿desangrará a peronistas o a radicales esta vez?
El último contraste es que, pese al perenne internismo de la UCR, el radicalismo estuvo unido detrás de Chebaia. Ayer, en cambio, el sector que componen los legisladores Ariel García, Fernando Valdez y Raúl Albarracín, la diputada Teresita Villavicencio y el intendente Sebastián Salazar (Bella Vista) inscribió el frente Evolución para la Democracia Social. Lo componen el Movimiento de Participación Ciudadana y nada menos que el Partido Socialista. Esto último es una devolución de gentilezas federales de los socialistas a los radicales. A mediados de febrero, la UCR nacional intervino el distrito Santa Fe para que el radicalismo de esa provincia (integra el Frente Progresista Cívico y Social hace 15 años) se sumara al PRO y conformara Cambiemos en esas húmedas pampas. Ahora, el Partido Socialista interviene el distrito local para sacar al socialismo de Vamos Tucumán y aliarlo a los “correligionarios” que se reivindican socialdemócratas.
Más allá de la vendetta, lo cierto es que con la apuesta por una fórmula UCR-PRO se esperaba, más temprano que tarde, una salida de votos progresistas de esta coalición.
Precisamente ahí es donde prende el descontento de socios radicales y justicialistas de Vamos Tucumán, que bregaban por una fórmula con “pata peronista”. Es decir, que cambiaran los candidatos pero no el esquema ensayado con el Acuerdo del Bicentenario. En 2015, el binomio José Cano–Domingo Amaya obtuvo la mayor cantidad de votos que un espacio opositor de centro logró en Tucumán desde 1983: el 42% de los sufragios. Una marca que, en la oposición, sólo es superada por la derecha, con el 47% con que Bussi se consagró gobernador en 1995.
Ensayando una lectura de signos, la apuesta de este mismo sector opositor, hace cuatro años, sumaba un radical con un peronista para polarizar contra el Frente para la Victoria, pero no desde el clivaje “peronismo vs. antiperonismo”. Ni siquiera desde la divisoria “K vs. anti-K” (Amaya se reconocía en el “nestorismo”). La apuesta fue “radicales y peronistas” vs. “el régimen”. No alcanzó contra el 54% de Manzur–Jaldo, pero se obtuvieron cuatro intendencias. Una docena de legisladores. Y un 10% más de votos que en 1987.
No menos cierto es que, en política, decidir genera descontento. La opción por una oferta UCR-PRO busca, en un escenario electoral que desde hace medio año sólo ofrece dos opciones peronistas, marcar contrastes, pero sin “gorilismo”. La condición de Paz de ex ministro de Desarrollo Productivo entre 2003 y 2008 (en el marco del “entendimiento” de la Sociedad Rural Tucumán y el alperovichismo, que terminó con el conflicto del campo por las truncas “retenciones móviles” a la exportación cerealera) es presentada, justamente, como la de un hombre con buenas relaciones con el justicialismo. La opción por una “compañera” en la fórmula, como la diputada Beatriz Ávila, postulaba que no es lo mismo “peronista friendly” que “pata peronista”; que en lugar de cerrarse sobre el propio electorado se ampliaba el “mercado” de votantes; y que dos mujeres en la fórmula (como en Cambiemos de Río Negro) iba a “incomodar” la campaña naturalmente agresiva de los otros espacios.
Las apuestas están jugadas. FR se radicalizó mucho más allá de la defensa de Antonio Domingo Bussi, cuando Ricardo Bussi dijo el miércoles en el programa “Panorama Tucumana” que duda, incluso, de los hallazgos en el Pozo de Vargas, donde ya fueron identificados los restos de 111 desaparecidos. El alperovichismo promete “sorpresas”, en nombre de que recogerá los votos de los “compañeros” descontentos con el armado del Gobierno… pero por ahora no ha sumado a un solo herido todavía. Y el manzurismo sigue llevando adelante un ritmo de campaña electoral frenético. “Trabajan como si estuvieran perdiendo”, diagnosticó un analista. Lo cual puede ser un signo alentador para sus adversarios. A la vez que la promesa de una paliza electoral por parte de los oficialistas.